El problema de la contaminación está en la boca de todos. No nos referimos solamente a que el ser humano está causando una tragedia ambiental, sino también a la toxicidad que generamos con nuestros malos hábitos al hablar.
De esta falta de conciencia ambiental les habló Jesús a sus discípulos, siglos antes de que existiera el calentamiento global o el cambio climático.
Esto dijo Jesús al respecto: «Escuchen y entiendan. Lo que contamina a una persona no es lo que entra en la boca sino lo que sale de ella» (Mateo 15:11). Hasta ese momento se pensaba que lo que dañaba a una persona eran los alimentos descompuestos o comer sin haberse lavado las manos, pero Jesús aclaró que eso termina en la letrina, en cambio las malas palabras destruyen porque muestran lo que hay dentro del corazón.
Uno de los peores hábitos que tenemos al hablar es la queja. Al que se queja se le puede comparar con un fumador. Éste expulsa cerca de 70 sustancias tóxicas por su boca. Ese vicio le da placer momentáneo y satisface una necesidad, pero poco a poco destruye su cuerpo.
Lo mismo sucede con hablar de forma pesimista, el problema es cuando cedemos ante la tentación de conversar con alguien acerca de lo malo, de lo terrible que está el clima o lo deprimentes que son los lunes.
Entonces, ¿qué podemos hacer cuando una persona quiere derramar sobre nosotros una lluvia ácida de amargura?
1. Escucha con inteligencia. Puede sonar contradictorio, pero la solución no es ignorar a las personas o dejar hablando solo al que no se puede resistir a decir al pie de la letra lo que sus emociones y circunstancias le dictan. Por el contrario, escuchar forma en nosotros uno de los rasgos más maravillosos del carácter de Jesús, la compasión.
2.Ayúdale a cargar su cruz. La Biblia dice que Simón de Cirene «pasaba por allí» cuando lo obligaron a llevar la cruz en que Jesús sería crucificado. El Salvador de la humanidad necesitó alguien que cargara con él la cruz que debía poner sobre sus hombros para cumplir su destino.
En algún momento de nuestra vida todos hemos necesitado de alguien que nos ayude a aliviar el peso que implica tener un propósito y vivir para cumplirlo. Cuando una persona se te acerque y te comparta de su dolor, frustración, rabia o enojo, piensa que tú puedes ser como el cireneo que ayudo a Jesús.
Es posible que para el cireneo Simón cargar la cruz ha sido una mala casualidad o el resultado de estar en el lugar y momento equivocado. Sin embargo, fue un privilegio que ni los discípulos más cercanos a Jesús tuvieron, llevar la preciosa cruz en la que la humanidad entera ha encontrado perdón, esperanza y vida. Lleva en oración las necesidades de esa persona como si fueran tuyas.
3. Habla solo lo necesario. Antes de decir cualquier cosa, asegúrate de tener la cabeza fría y el Espíritu ardiendo, solo Dios puede darte dirección para levantar a quien tienen el ánimo decaído. Nunca olvides que: «La lengua de los sabios destila conocimiento; la boca de los necios escupe necedades», «la lengua que brinda consuelo es árbol de vida; la lengua insidiosa deprime el espíritu» (Proverbios 15:2, Proverbios 15:4).
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